martedì 12 aprile 2011

Obsolencia: innovación o regresión?




He leido con mucho interés y con mucha dedicación la clase de hoy.

He estado pensando en escribir algo pseudo-filosófico sobre el paso de la sociedad de la información a la sociedad del conocimiento y de la innovación, pero algo me ha detenido en mi propósito.

Un recuerdo repentino y vuelvo a ver una fotografía que hace meses se grabó en mi conciencia.

Un desierto de basura en un pueblo perdido de África, niños desnudos corriendo y jugando encima de una montaña de móviles y de ordenadores. La pobreza más absoluta se encuentra con la basura de la sociedad de la innovación. Qué triste escenario.

De repente no encuentro más las palabras para hablar de innovación, de tecnología, ni de sociedad de conocimiento.

En la sociedad de la innovación

los objetos se hacen obsoletos antes de romperse.

Y como la obsolescencia es disfunción,

y los objetos entran en contacto con los usuarios,

los objetos obsoletos contaminan a quienes los usan.

Por tanto,

hay que desprenderse de ellos.

Las palabras de la clase asumen ahora una connotación muy diferente respeto a como las había interpretato al principio. Esa imágen en mi memoria, el espacio virtual de mi cabeza, me ha gastado una buena broma.

La obsolescencia es disfunción, hay que desprenderse de los objetos obsoletos, pero a qué precio? Cuál es el verdadero coste de la obsolescencia de nuestra sociedad?

La Otan ha calculado que cada año se producen más de 50 millones de toneladas de “basura tecnológica”, más del 5% de toda la basura sólida producida por el entero planeta. La sociedad de la innovación parece olvidarse del medio ambiental en su afán por el conocimiento, pero hay más.

De hecho resulta que los así llamados países en vía de desarrollo se están convirtiendo en auténticos vertederos de nuestra basura electrónica/tecnoloógica.

Los “países innovadores” exportan los objetos obsoletos a países pobres, muchas veces con una máscara de buenismo y con un falso pretexto de ayudar a su desarrollo tecnológico.

Pero la realidad es otra: África por ejemplo se ha convertido en el más grande vertedero de ordenadores del Planeta. La razón es muy sencilla: eliminar estos residuos en Europa valdría más del doble que descargarlos allí.

La evolución tecnológica de la cual tanto presumimos, y nuestro consumismo esasperado, se alimentan en realidad de la salud de los niños pobres.

El almacenamiento y la eliminación de nuestra basura involucra principalmente a los niños de los países pobres, que quemando las componentes internas para recuperar cobre y aluminio, se intoxican con las exhalaciones carcinógenas de las hogueras. Y para qué? Para revender lo que consiguen sacar a dos dolares cada cinco kilos de material.

Dentro de un tubo de rayos catódicos, por ejempli, se puede encontrar más de dos kilos y medio de plomo, que contiene tóxinas dañinas para los riñones, pero también bario, que daña el estómago y causa problemas respiratórios; el mercurio presente en los circuitos estampados crea daños cerebrales, y la lista podría seguir sin dificultad.

Si es verdad que

Si no se derrama el conocimiento en la sociedad

no produce ninguna transformación

entonces es preciso que se derrame también un sentido de responsabilidad y de respeto hacia nuestro planeta y sobre todo hacia los demás.

Nuestro conocimiento, nuestra tecnología, nuestro desarrollo no pueden avanzar sin tomar en consideración las consecuencias de esa frenética evolución.

No puedo imaginar una sociedad del conocimiento fundada en la insensibilidad y en la desigualidad.

No quiero imaginar una sociedad del conocimiento basada en el consumismo de pocos y en la poobreza de muchos.

Me niego a imaginar una sociedad del conocimiento y de la sabiduría nacida a expensas de los más débiles.

Incluso los antropólogos extraterrestren lo pensarían.

Parece que sólo nosotros no nos damos cuenta.



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